sábado, 17 de mayo de 2014

Felíz día de la diversidad

Ayer se izó una bandera de reivindicación y desagravio por tantos y tantos años de burlas, desprecios, chistes ofensivos y apelativos como pajarracos, mariconazos, tortilleras, marimachas y rechazo social hacia personas diversas pero iguales, con sentimientos, deseos, amor y temores como todos. Son nuestros amigos, hermanos, primos, hijos y vecinos. Como todos lo somos de todos los demás.

Leía las diversas maldiciones que les deseaban algunos en el nombre de un Dios que dicen es de amor, aunque reconozco que otros las rechazaron en el nombre del mismo Dios, y me puse a pensar: ¿Cómo sería el mundo a la inversa? ¿Cómo sería si yo fuera una persona que se siente profundamente ofendido por esta celebración?

Como me era totalmente imposible situarme en la mente de una persona que por razones religiosas/cristianas combata la diversidad sexual, buscaba algo que para mí fuera inaceptable y símbolo de todo contrario en lo que creo, pero que tuviera aceptación de una gran cantidad de personas. Para poder entenderlos. Y lo encontré: La ceremonia del Purity Ball: son "ceremonias cristianas donde las niñas realizan un juramento de pureza y castidad ante su padre. “Estas casada con el Señor y tu padre es tu único novio”.  Tras este 'baile de pureza' la vida de las niñas pasa a ser literalmente de castidad absoluta: renuncian a cualquier tipo de cita o beso."

Y de inmediato pude comprender.

Quitando todo lo (mucho) que pueda rechazar (profundamente) de una ceremonia así, queda lo único importante: El amor. Son padres que aman a sus hijas y quieren protegerlas del dolor. Yo quiero lo mismo para mi hija a la que amo infinitamente y no puedo criticar eso.

Entonces comprendí que la discusión ha estado mal llevada. La familia no debe de estructurarse como un derecho a tenerla (porque entonces discutimos qué es la familia y nos perdemos), sino como un derecho a RECIBIR lo que la familia (la que sea) debe dar: amor y las herramientas necesarias para ser adulto.

Una familia que no da a amor a sus miembros no puede ni debe gozar de la protección de la sociedad (así esté formada por papá, mamá e hijos), si no de ayuda para que sus miembros puedan recibir sus beneficios. 
Una familia que da amor a sus miembros debe de ser protegida por la sociedad, sea la que sea. Así de simple.

Nuestros niños tienen derecho a ser amados, educados y a crecer como adultos seguros, solidarios y de provecho para la sociedad. No me importa si es con papá y mamá, sólo mamá, solo papá, tía y abuela (como un caso muy cercano que conozco), dos o tres papás, o dos o tres mamás. 

Lo que sea. Eso no me importa.

Me importa que un niño pueda saber diferencias qué es el amor y qué es el odio y qué consecuencias tiene para cada uno y los demás. Que pueda crecer seguro de sus capacidades y sus limitaciones, con deseo de utilizar para bien de otros las primeras, y de vencer las segundas; con un espíritu de aventura e investigación; con una sonrisa a reventar de mango y atardeceres, con luciérnagas en sus manos, y con esa luz, esa misma luz de las luciérnagas en sus ojos. Y que esa luz no lo abandone jamás, hasta cuando vea por última vez nuestro mundo imperfecto.

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