Posiblemente habrán
notado, hombres, que hoy no es un día sencillo de mencionar. Algunas mujeres reciben muy bien un “feliz día”
con una rosa, mientras que otras te la tirarían en la cara muy ofendidas. Algunas
mujeres se sienten bendecidas por ser hijas de Dios, pues tienen un lugar de mujeres
virtuosas, tal y como las describen Proverbios
31. Se enorgullecen de ser mujeres que no se dejan encerrar en los dictados
de la sociedad de consumo materialista y sexualizada; de una cultura de muerte,
y no una de vida (eterna). Otras quieren a Dios fuera completamente de su mente
y de su útero, y creen que si Pablo hubiera sabido que habría un Día Internacional
de la Mujer, con toda seguridad habría agregado algunas Cartas más para que
quedara bien claro que estaba en contra de cualquier espacio de poder y
decisión a las mujeres, porque Dios así lo quiso, porque Dios también es hombre.
Hoy algunas publicaciones
nos recuerdan las mujeres pioneras en diversos campos de la vida, que no
temieron a hacer “cosas de hombres”, y que abrieron sendas para que otras
mujeres conquistaran derechos que les fueron siempre negados. Y justo cuando
creemos que con eso conseguimos “hacerlo bien”, recordamos que no hemos dicho nada
sobre esos miles (de millones) de mujeres, que no ocupan lugares de vanguardia,
que no han sido pioneras en nada. Que más bien, postergaron muchas de sus
ilusiones y deseos, o aceptaron vivir en matrimonios de servidumbre sin amor, por
cosas tan sencillas como sacar una familia adelante y que sus hijos fueran
felices. A veces con apoyo, a veces más bien con la carga de un marido que es
un hijo más; el peor, por cierto. Como muchas de nuestras madres.
Ni siquiera es sencillo
saber que verbo usar: ¿celebrar o conmemorar? Hoy nos parece como un día a
medio camino entre el Día de la Madre y el Catorce de Febrero con tintes del
Día del Trabajador.
Pero, ¿el resto de los
días es distinto? La islámica cubierta y la occidental desnuda se ven mutuamente con lástima como objetos de los hombres.
Esto es un mundo muy confuso
para los hombres que hasta bromeamos con que para conocer a una mujer se ocupan
como treinta mil habilidades y que aún así, nadie las entiende. ¿Qué es lo que
quieren las mujeres?, nos preguntamos.
Caballeros: es total y
enteramente nuestra culpa. Nosotros somos los que tenemos la majadería de creer
que la gente debe ser coherente, que debe ser clara y constante en sus
posiciones, que debe ser sensata y razonable si quiere conseguir algo y una vez
alcanzado debe ser constante en su disfrute y agradecerlo.
Vivimos, caballeros, en un
mundo minúsculo de cajitas y etiquetas. Y no es que las mujeres no quepan en ellas.
¡Claro! Las reducimos a lo que podemos asimilar. Si no nos causa problemas su
forma de ser, todo bien; pero cuando no se acomoda a esas cajitas y parece
ocupar varias, a veces, por ratos, y sin mucho estar del todo, entonces van a
ese gran cajón de sastre de lo que no entendemos y no nos parece “correcto”. Si
algo se sale de nuestros esquemas, de seguro estará mal. Y aún así, cuando
queremos dividir entre “correcto” e “incorrecto”, no terminamos de condenar a
la que expresa y vive su sexualidad, pues nuestros deseos, el sexual y el de “hacer
lo correcto” no los logramos unificar. O cuando queremos alabar a la
empresaria, pionera, luchadora, una vez más nuestro deseo de admiración, es
cubierto por el deseo de estar seguros, sin temor. En el mundo “correcto” ellas cocinaban el arroz, él levantaba sus principios de sutil emperador. Nunca a la inversa. Las admiramos pero les
tememos. Y les tememos porque constantemente nos impiden estar tranquilos en
nuestra zona de confort. Enredan todo y causan disturbio en nuestros juegos
ordenados de niños barbudos. Mueven las fichas de las ideologías y las hacen
intrascendentes.
Mis estimados, ellas no
van a cambiar. Nunca. No van a ser coherentes para nuestras mentes. Nunca.
Con esto llegamos a un
punto neutro. Nuestra mente de ordenador se rinde y nos queda la salida emocional
que tanto les criticamos a ellas: odiarlas, descalificarlas, burlarnos de ellas
con chistes machistas y hasta pedirle a Papá Estado (o hasta nuestro Dios
mismo) algo que las limite. No puede simplemente quedarse eso así.
Suspendamos por un minuto
este sentimiento. Salgamos por un minuto de las enaguas de nuestras madres
hacia el mundo real. Afuera hay tormentas, huracanes y ciclones. Pero hay
atardeceres, soles de Primavera y suaves brisas de verano. Y todos se llaman “Clima”. Hay volcanes,
terremotos y cataratas de cientos de metros de altura. Así como hay montes
redondeados, prados de la Novicia Rebelde
y riachuelos diminutos que no cambian su curso en todo el año, junto a los que
podemos meditar en paz. Todo en la misma
“Tierra”. Hay funcionalidad y hay belleza. Hay puentes y hay arte. Hay arte que
tiende puentes, y puentes que son verdaderas obras de arte.
El Universo es caótico y
ordenado a la vez. Es creatividad y explosión inesperadas, y previsión milimétrica.
Nos dará el amor del sol y el agua para crecer y vivir, así como nos dará nubes
de gas hirviendo que vaporizarán toda nuestra galaxia. Nuestras peticiones de
orden y coherencia al Universo ni siquiera existen. Se pierden en dimensiones
de tiempo y espacio en las que nuestra galaxia entera, es un aleteo inadvertido
de un mosquito en el Maracaná.
Una mujer es nuestra
conexión con el Universo. Así de sencillo. Todo lo que le admitamos y aceptemos
al Universo, debemos aceptarlo de ellas. Así como una estrella contiene todo el
material del que saldrá la Creación, de una mujer podemos obtener el material
para nuestra creación. De ellas tendremos la felicidad que permitirá aquellos meses en que me convertí, en el chico del barrio que echaba llamas al mirar; así como las exigencias que
nos recordarán que la felicidad se debe construir y cuidar, y que siempre es
efímera. Obtendremos el apoyo para nuestros anhelos y deseos de crecimiento,
así como obtendremos las críticas más hirientes que nos recordarán que crecer requiere
ser fuerte como un roble para soportar las consecuencias inesperadas de
nuestros logros. Una mujer te amará sin permitirte abandonar la conquista por
la seguridad de la posesión. Una mujer te exigirá firmeza de decisión y
claridad, pero no te hará caso. Una mujer te exigirá la seguridad del que
planifica por una meta, aunque ella, al final, no es que se rinde, sino cambia de opinión. Pero siempre es mi mujer. La misma. la que es mujer y niña a la vez.
Feliz día a esos hombres
que han aprendido a dejar de luchar contra esas estrellas, a dejar de sufrir
por ellas, así como a dejar de vivir su vida sólo por ellas. Que no les pasa
desapercibida una mujer, pero que pueden verla y dejarla pasar sin molestarla.
Que pueden atraerla e interesarla con su luz, como si ellas vieran una luciérnaga.
Que son capaces de admirar y disfrutar la inteligencia, la sexualidad, el
empuje y el humor. A veces en una sola estrella, a veces en varias. Tal vez
solo por un tiempo, tal vez por mucho tiempo. Que han aprendido a fluir como el
agua que no pretende cambiar las piedras. Que tienen una estrella a la que
reciben cuando está bien todo, cuandoestá mal… y que la aman así como es.
Un feliz día aquellos
hombres que pueden, justo antes de terminar su esfuerzo de horas en su castillo
de arena, alzar la vista, sentir la brisa del mar nocturno y embelesarse sonriendo con
esa estrella, mientras que el mar se lleva su castillito. Pero que logran
entender que no es culpa de la estrella, que no te pasó eso por estar
mirándola, y que la única participación de la estrella era enseñarte, inútil,
que el castillo debía construirse más arriba, aunque fuera más difícil.
Aunque miento, también
tiene otro papel en tu vida esa estrella. Recordarte que nada vale en la vida,
ningún bien material, ningún éxito, si no sos capaz de detenerte un instante a
ver su belleza, amarla, tanto en su luz hermosa, como en sus miles de grados
centígrados que, mal manejada, te quemarían en segundos, y seguir en lo tuyo,
que esa es tu misión, no seguir a la estrella.